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sábado, 29 de agosto de 2009

El hombre como ser religioso

Quiero definir el ser humano como un espíritu encarnado, y comenzar así mi exposición. No pretendo convencer, sino desvelar cierta complejidad que en el hombre hay. No se trata de demostrar sino más bien de mostrar, de descubrir, aunque relamente se demuestre.
Esta espiritualidad del hombre bien podríamos llegar a ella através de la inteligencia, pues ésta es la capacidad de salir de uno mismo y entender al otro -sea el otro lo que sea-; la inteligencia no es algo físico, material, como se puede observar por sus frutos. Por ejemplo, la sabiduría, que no ocupa lugar. Podemos leer lo que queramos, que siempre habrá oportunidad de seguir leyendo. No por mucho leer agotamos nuestra inteligencia. Ésta, por lo tanto, no pertenece al mundo físico, sino al espiritual, de hecho es la principal manifestación del espíritu, necesaria para posibilitar otras carácterísticas espirituales, como la libertad, como el amor. Nadie ama lo que no conoce y nadie es libre si no sabe nada.
La libertad es esa capacidad de salir de nosotros mismos que la inteligencia nos brinda y, conociendo, poder elegir. La libertad es espiritual, es una capacidad del espíritu. Y no hace falta remontarse a otros datos para descubrir la existencia del espíritu que la libertad misma, incluso para descubrir al Espíritu, a Dios. Citando a un gran filósofo de nuestra época "en el hombre la libertad es radical, pertenece a su propio ser. Así descubierta y entendida, sacada de lo superficial, del mismo modo que desde las criaturas materiales, considerando el movimiento, la causalidad, etc., se llega a la existencia de Dios, con la libertad se desemboca en ella. Si no existe Dios, la libertad radical no existe tampoco. Si la libertad humana es algo más que elegir entre whisky o ginebra, y es el meollo de su carácter personal, con ella el hombre se habre de modo irrestricto, y al revés: si esa apertura no encontrara un ser también personal, Dios, quedaría frustrada. Al Dios personal, de modo directo, no se llega por el primer camino. En cambio, la libertad habre una doble perspectiva: existe un Dios personal sin el cual la libertad no existiría; sin Dios, la libertad acabaría en la nada. La inmortalidad del alma, indudable -el espíritu no muere: no tiene materia-, sin Dios comportatría la perplejidad completa, la falta de destino. Entonces cabría tener miedo a la libertad, e incluso odio; hay gente que preferiría no ser libre precisamente porque al asomarse a la libertad no llegan a Dios: se encuentran entonces con una libertad en suspenso."
David Luengo.

Santo Tomás de Aquino.

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